Fui un guerrero
que clavando mi arma con fuerza en la tierra
juré en nombre de Dios dejar de vengar
para entregar mi vida en pro a la vida.
 Rindí mi cabeza al suelo, juré y me entregé a favor.

Herido, inconscientemente,
rechacé  mi condición masculina,
me autocondené por mis acciones
y tuve miedo de mi poder personal.

Me desprecié, desprecié
me rechacé, rechacé
huí, me retiré,
miserable e inmerecedor
este guerrero murió con su herida encarcelada,
murió de pena ante su propia castración.

Hoy abrazo la sombra
del Guerrero amante
y hago mia su Luz.

 No sé más de ese guerrero,
sólo sé,
que a partir de ahí,
en mis siguientes vidas fui mujer.
Temí por mi vida y la de mis hijos,
viví barbarie, horror y miseria,
la censura y el fuego en la hoguera.

Mi cuerpo de cintura hacia abajo servía para escapar al horror.

Estas mujeres murieron condenadas por sus acciones,
temerosas de sus dones, de su poder personal,
censuradas, reprimidas y olvidadas de si mismas.

Hoy yo,
libero  cargas,
aireo heridas,
elogio ternuras.

No sé ni cuantas vidas ni cuántas fui,
sólo sé que sufrí y luché
encarcelando herida.

 Mi ego nublado va encontrando su transparencia.
Vengo de lejos buscando la paz.
Lo siento mi querido masculino,
por cada desprecio,
por cada falta de respeto,
por cada incomprensión apoyada por el dolor de una historia
que ha nublado el aprecio profundo que te tengo”